En las pendientes y llanuras heladas junto a las montañas Huayna Potosí y Chacaltaya hay una serie de pequeñas comunidades que a duras penas se ganan la vida criando llamas, ovejas y pollos, y cultivando pequeñas parcelas con papas y oca, una planta perene nativa de la parte central y meridional de los Andes. En algunas partes, las pendientes que cultivan tienen un talud tan pronunciado que los cultivos parecen desafiar la gravedad.
Los glaciares que solían proporcionar generosas cantidades de agua clara como el cristal a las comunidades se han reducido pronunciadamente en los últimos 15 a 20 años, afectando a la gente de maneras grandes y pequeñas, desde la perturbación del abastecimiento de agua en centros urbanos como la ciudad pobre y dispersa de El Alto, y la capital de Bolivia, La Paz, hasta el cierre de las canchas de esquí en Chacaltaya, un glaciar reducido ahora a una pequeña porción de nieve y hielo, junto a la cumbre de 18.000 pies de altura.
Casi todos los llamados “glaciares tropicales” del mundo están ubicados en los Andes, y un 20% de ellos están en Bolivia.
Según el Ministerio de Agua y Medio Ambiente de Bolivia, entre 1987 y 2004, se redujo en 84 kilómetros cuadrados, o un 24%, la superficie de los glaciares en la Cordillera Real, y la desintegración continúa.
Leucadia Quispe, nacida y criada en la comunidad de Botijlaca, al pie de las montañas
Chacaltaya y Huayna Potosí, es una entre numerosos bolivianos afectados por esta crisis del medio ambiente. Leucadia cultiva papas y oca en lo que debe ser uno de los climas más hostiles de América. Tiene 60 años de edad y ocho hijos, solamente uno de los cuales permanece en Botijlaca. Los otros siete han migrado a otras partes del país “porque aquí no hay manera de ganarse la vida”.
Cada día se despierta a las 4 de la mañana y hierve agua para prepararse té de tilo. El desayuno es caya, oca que ha quedado en remojo en pozos de agua durante dos meses. Para el almuerzo, la familia come oca, papas y a veces carne de llama o de oveja.
Dice que la familia tiene que acarrear agua desde el río para su propio uso personal y también para regar sus cultivos. Dice: “Ahora hay menos agua. Solíamos tener agua para riego de las corrientes que bajan desde el glaciar de Huayna Potosí, pero esas corrientes ya no existen, de modo que ahora debemos recoger agua de un río más distante, en el valle”.
Ahora dedica varias horas a acarrear agua en envases de cinco litros, uno en cada mano. Dice que el reducido suministro de agua también redunda en menos forraje para sus llamas y ovejas y algunas de sus llamas ya han muerto de hambre.
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