Un diminuto racimo de neuronas alojado en nuestro cerebo marca el compás de las funciones del organismo. Lo logra dirigiendo una sinfonía perfecta en la que intervienen incontables relojes biológicos.
Pensemos en la variedad de organismos vivos -actuales y extinguidos- conocidos, entre ellos nosotros mismos. Si algo tenemos en común seres tan diversos como un dinosaurio, una cianobacteria o un mamífero, es el lugar donde vivimos, la Tiera.
El planeta que han poblado incontables especies durante la larga historia de la vida completa una rotación sobre su eje cada 24 horas, dando luga a un periodo en el que se altean la luz y la oscuidad. Tal vez no reparemos en esta particularidad porque nos resulta demasiado cotidiana. Este ritmo diario, ya que las funcions de nuestro organismo, y algunos de nuestros hábitos y conductas están perfectamente adaptados a ese ciclo diario y regidos por él.
Pero reflexionemos un momento para tomar conciencia de la importancia que ese particular ritmo tiene: la cantidad de hormonas que circulan por nuestra sangre, la temperatura corporal, nuestra alimentación y los ciclos de sueño y vigilia son sólo algunas de las funciones reguladas por este ciclo de 24 horas conocido como ritmo circadiano -del latín, circa, cerca y dies, día. Los relojes circadianos de nuestro organismo permiten que nos ubiquemo en esas 24 horas para anticipar los cambios ambientales que favorecen o perjudican nuestra necesidad de alimentarnos a la disponibilidad de alimento o nuestra reacción al estrés a la presencia de depredadores que pueden amenazar nuestra vida. Y prácticamente todas las especies del planeta están sujetas a este ritmo: cianobacterias, vegetales, hongos, animales... El tiempo dicta el ritmo de la vida a través de los relojes biológicos.
Fuente: Redes para la Ciencia
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